domingo, 27 de septiembre de 2009

El 9º arte y sus detractores

La ignorancia da alas. Pocos dichos del refranero popular son más ciertos, y cada día salta a la palestra algún iluminado dispuesto a demostrar lo infalible de este axioma. En este caso ha sido Vicente Molina Foix, el Antonio Burgos progre, el que, cual Ícaro imprudente, se ha tocado con las alas de la Ignorancia (así, en mayúsculas) para volar contra el sol impulsado por el poderoso motor de la estupidez humana. Como en el caso de Ícaro, la hostia ha sido mayúscula.

Me refiero al artículo publicado por el susodicho en la revista Tiempo, en el que este “articulista-escritor-dramaturgo-director” arremete alegremente contra el mundo del cómic y el cine de animación, sentando cátedra con frases lapidarias del tipo “el cómic en sus distintas encarnaciones no deja de ser un entretenimiento muy menor” o “que tantos críticos serios digan que una chorrada de plastilina como UP es una obra maestra del séptimo arte me produce vergüenza”, no sin antes haberse lamentado amargamente del Premio Nacional del Cómic, “con el que nuestro Ministerio de Cultura enaltece al dibujante de monigotes con la misma dignidad y el mismo dinero que al mejor novelista, poeta o ensayista del año”. De verdad que ha escrito todo eso.

Siempre he pensado que hay opiniones que se descalifican por sí solas y retratan al que las pronuncias, además al señor Molina Foix (lease Fuagh) le han caído palos de todos lados, desde el sector del cómic, hasta colegas suyos del mundo de la “cultura de verdad”, pasando por el editor de la revista Tiempo, que ha debido disculparse por la opinión vertida en sus páginas (como curiosidad, no perdeos la que le esta cayendo al ínclito en su propio blog: Boomeran(g), donde llevan días fustigándole con este tema). Así que no voy a perder tiempo en valorar una columna que denota un triste y profundo desconocimiento del tema que aborda. Aseveraciones del tipo “la equiparación de Mortadelo y Filemón o el manga con Thomas Mann o Buñuel me parecen una perversión (...)” son de una pobreza argumental tal que dejan poco que decir. Evidentemente esa equiparación es una perversión, pero es que al único pervertido al que hemos escuchado hacerla es a él. El juego de las comparaciones aberrantes es estúpido y fácil de desmontar: comparemos mejor, como alguien puntualizó en su blog, a Corín Tellado, Dan Brown (o al propio Molina Foix) con el Watchmen de Moore, el Born Again de Miller, el Maus de Spiegelman o el Sandman de Gaiman.

¿Berrinche porque parte de las subvenciones del estado van a terrenos donde nuestro hombre del día no puede sacar tajada? ¿Afán de notoriedad? ¿Prepotencia snob y casposa? Sea como sea, no me deja de sorprender que Foix hilvanara semejante retahíla de tonterías sin intentar documentarse un poco, aunque sea como excusa para parecer que su opinión está mínimamente fundada. Porque era previsible que, siendo el cómic un vehículo de expresión cada vez más respetado, le iban a caer hostias de todos lados. Quiero decir, hasta para escribir en mi blog, que lo leen tres gatos, intento documentarme para no meter la pata. Cómo puede alguien, al que se le presupone una mediana inteligencia (presuponía, perdón), permitirse el lujo de publicar semejante despropósito sin un escudo argumental tras el que esconderse cuando llegue el previsible aguacero. ¿O es que el señor Foix creía que su opinión iba a ser aplaudida en plan “bien Vicente, por fin alguien dice lo que todos pensamos”? No sé, en estos gurús culturales suele darse este distanciamiento de la realidad, así que tampoco me extrañaría que mientras escribía se fuera viniendo arriba y se viera hasta más guapo.

De cualquier modo, y dejando al margen la opinión de este caballero, de la que ya se han encargado otros más capacitados (os enlazo a la entrada escrita por Álvaro Pons, crítico de cómics de El País, en su blog), no puedo dejar de ver en este episodio aspectos positivos. Para empezar, el hecho de que parece una opinión arraigada que el cómic es un medio de expresión cultural que (como cualquier medio expresivo) en algunos casos puede llegar a ser arte. Este debate está superado desde hace décadas en otros países de nuestro entorno, como Francia o Italia, y parece que comienza a calar también en el nuestro. Tal es así, que los intelectuales y creadores de medio pelo que ven amenazado su chiringuito, que ven arrebatada su potestad para decidir qué es arte y qué no, han comenzado a patalear.

Por otra parte, he comprobado gratamente cómo las reacciones han sido multitudinarias, desde los sectores más diversos, y con bastante fundamento. De verdad que pensaba que éramos muchos menos los dispuestos a librar esta batalla, parece que en este país comenzamos a superar los complejos. Es cierto que el cómic, al igual que el resto de los medios de expresión de nuestros días, se mueve entre la dicotomía obra de arte-producto industrial, tendiendo más a lo segundo que a lo primero. No descubro nada nuevo: Umberto Eco dedicó todo un ensayo a este tema ("Apocalípticos e Integrados"). Cine, literatura, cómics... si pretenden llegar al gran público y convertirse en un vehículo con el que el autor pueda ganarse la vida, debe someterse a las reglas de la industria, las cuales, inevitablemente, van contra la libertad creativa del autor (a no ser que seas Steven Spielberg o Stephen King, claro) y tienen como principal objetivo la rentabilidad económica. Aun así, me atrevería a decir que el cómic, tanto en su vertiente más indie como en las editoriales mainstream, donde los autores tienen en los últimos años más fuerza que en otras industrias culturales, está dando productos de más calidad, y acogiendo mayor proliferación de obras que podríamos catalogar como arte, que medios más "tradicionales" como el cine.

No me enrollo más. Espero que el próximo artículo que leamos sobre cómics en un medio generalista tenga el más mínimo fundamento. Mientras tanto, cito al más grande: “Ladran, Sancho, luego cabalgamos”.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Cultura popular y cultura minoritaria

En la sociedad occidental la mayor parte de la producción cultural está orientada al entretenimiento, al consumo masivo. Apenas quedan mecenas que puedan (o quieran) permitirse pagar a artistas con el fin de enriquecer una colección privada. Hoy día la inmensa mayoría de lo que es (o pretende ser) cultura está destinado al público. Y a pesar de esto, continúa existiendo cierta frontera que separa la cultura popular de una cultura pretendidamente más elitista, más culta, valga la redundancia. Existe en determinados ámbitos un afán de superioridad, de considerar que determinadas obras de consumo más minoritario están por encima de la llamada ‘cultura de masas’. Detesto este discurso pretencioso.

Stephen King, en el prólogo de la primera parte de su saga La Torre Oscura, dice distinguir dos tipos de autores literarios: los que escriben para sí mismos y los que escriben para su público, y dice tener claro en qué grupo se encuentra él. Se entiende perfectamente lo que quiere decir King pero creo que, en sentido estricto, no existe tal distinción. Todos los autores escriben para un público, para su público, si no, no harían el tremendo esfuerzo de publicar su obra. Escribirían un diario personal o algo así. La diferencia está más bien en la habilidad que tenga cada uno para llegar a una audiencia mayoritaria, y en si decide mantener su estilo o no para lograrlo. Pero me niego a asumir que la cultura minoritaria, por el mero hecho de serla, tiene más calidad que aquellas obras que llegan a un público masivo.

Sin embargo, hay gente que nos pretende hacer creer que sí. De un modo u otro, me los he ido encontrado a lo largo de los años: profesores de comunicación audiovisual, críticos de cine que consideran mejor cualquier película de cine iraní que una de Steven Spielberg, pretendidos expertos musicales que se niegan a escuchar nada que pueda aparecer en una radiofórmula, esos magazines gratuitos tan cool (gratuitos porque no los compraría ni el tato, y porque lo pagan las diputaciones, ayuntamientos, etc.), por no mencionar el tan de moda movimiento “gafapastista” ilustrado, que antes sólo leían a Camus y Cortázar y que, por ejemplo, creían que los cómics se acababan en Mortadelo, pero que ahora consideran imprescindible haber leído Maus y Watchmen (por dios, se editó en el 86 ¿y lo descubrís ahora?).

Entendedme, no estoy diciendo que para que una obra sea de calidad deba ser de consumo masivo (a la vista está la cantidad de bodrios que hay que triunfan comercialmente). Simplemente me opongo al discurso contrario, al que descarta cualquier producto cultural que tenga éxito de público. El arte de nuestro tiempo es la serie House, los discos de Coldplay, las novelas de Zafón y Ken Follet, los cómics de Frank Millar y las películas de Tarantino; eso es lo que trascenderá, y deberíamos alegrarnos de que (al contrario de lo que pasaba en otras épocas) hoy día estén al alcance de todos.