miércoles, 30 de diciembre de 2009

Avatar y la decadencia de la Ciencia Ficción

Como llego tarde para reseñar Avatar (otros ya se me han adelantado), aprovecho la crítica de lo último de James Cameron para hacer una breve reflexión sobre la situación en que se encuentra la ciencia ficción, uno de mis géneros literarios-cinematográficos preferidos. Y es que desde hace años vengo quejándome del progresivo declive de este género en el cine, ¿la razón? Pues yo se lo achaco a la llegada de los efectos especiales digitales. Lo que podría haber sido una poderosa herramienta para revolucionar el género se ha convertido en un auténtico lastre; pocos son los directores que saben utilizar la tecnología digital con mesura, utilizando los FXs en la dosis justa y en los momentos donde aportan algo a la narración. Desde que Spielberg abrió la veda con Parque Jurásico (1993), más y más directores han dejado el grueso de sus producciones en manos de los laboratorios de efectos especiales, embelesados por la belleza de esos planos generados con ceros y unos, e ignorando el verdadero corazón de toda buena película (sea cual sea su género): el guión.


Hace más de 15 años que esta tecnología irrumpió en la industria, y desde entonces han sido pocas las películas del género que han sabido utilizar las CGIs (computer generated imagery) con inteligencia. A priori se me ocurren muy pocas: Minority Report, Matrix, últimamente la revisión de Star Trek… La mayoría de las grandes producciones han quedado aplastadas por un claro predominio del componente tecnológico sobre el cinematográfico, y Avatar me parece el último y máximo exponente de este virus.

Tras visionar el megalómano proyecto de Cameron, la película más cara y con una producción más larga de la historia, no puedo decir que me viera decepcionado, por el mero hecho de que me veía venir algo así. Cameron, como tantos otros directores del género (y sí, me refiero a George Lucas) cae víctima de su tecnofilia y vuelca todos sus esfuerzos en ofrecernos un espectáculo visual sin parangón, pero se olvida de contarnos una historia que merezca la pena. Avatar es un aparatoso juguete que difícilmente pasará desapercibido en la tienda, pero que una vez te lo llevas a casa te aburres a los pocos minutos de jugar con él. En seguida te das cuenta de que está vacío, sin corazón: un argumento que concatena cliché tras cliché, personajes planos que se comportan justo como esperamos de ellos, mínimo riesgo en su discurso, en su mensaje, ningún esfuerzo por hacer pensar al espectador, carente de contenido, todo confiado a que la espectacularidad del continente nos deslumbre y no nos permita ver que, tras toda la parafernalia, no hay nada.

Para mí sigue siendo un misterio cómo en estas megaproducciones no se cuida lo más barato de las mismas: la historia, el relato, el guión. Creo que la SciFi (como la llaman los anglosajones) agoniza, y la razón es que la nueva tecnología digital permite al director mostrarlo todo, no hay límites, no hay cortapisas técnicas ni de presupuesto, por lo que todo se fía al espectáculo. Ya no existe la necesidad de soslayar, de dar a entender, de crear tensión psicológica con lo que está fuera de campo… todo eso desaparece de un plumazo, y lo que antes era erotismo narrativo se convierte en pornografía visual. No más Alien el Octavo Pasajero, con ese polizón alienígena que apenas se vislumbra durante segundos en el metraje de la película, no más Blade Runner, con planos oscuros y lluviosos y una historia de cine negro para esconder la falta de presupuesto, no más Star Wars, con su maravillosa mitología y trasfondo argumental, con sus efectos especiales de serie B sublimados por el ingenio y la pasión de un director sin recursos… Ahora en la ciencia ficción todo será Independence Day, Terminator 4 y Avatar.

Battlestar Galactica 2003: Una nueva esperanza

Tampoco quiero ser apocalíptico, antes he mencionado Matrix y Minority Report, y supongo que habrá más directores amantes del género que sabrán subvertir esta situación. De cualquier modo, la decadencia de los guiones de Hollywood es una realidad desde hace años, y en todos los géneros, no sólo en la ciencia ficción. ¿Dónde refugiarnos? Donde venimos haciéndolo en los últimos años: en la TV. Y es que la mejor historia de ciencia ficción de la última década es una serie y se llama Battlestar Galactica, remake de la emitida en nuestros televisores durante los 80.


Con nada que ver con la serie original, salvo el planteamiento inicial y el nombre de los enemigos, Galactica 2003 (o “Galáctica Reimaginada”, como la llaman por Internet) es un canto de amor y una celebración del género: una historia elaborada, cuidada al detalle, sólida en su planteamiento, absolutamente atópica en su desarrollo, con unos personajes carismáticos y contradictorios, que escapan a cualquier encasillamiento y que habitan en un mundo de incertidumbres y decisiones difíciles, donde nada está claro, donde lo correcto e incorrecto se funden en una compleja escala de grises, donde la convivencia entre la religión, la política y el poder militar en un estado de excepción es abordada con una complejidad que pasma. Todo eso nos ofrece Galactica. Acompañar a la flota colonial en su viaje al exilio, trasladando a los últimos 4.000 supervivientes de la raza humana con la única protección de la ‘estrella de combate’ Galactica, bajo el mando del almirante Bill Adama y de la presidenta Laura Roslin. Ese viaje sí que es toda una experiencia donde los efectos especiales son lo de menos.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Internet, la Cultura y el Gobierno

En estos mismos momentos se reúnen en Madrid la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y un grupo de lo que ha dado en llamar "destacados internautas", que en la práctica son blogueros, algunos periodistas de medios digitales y directores-fundadores de páginas web de cierta relevancia. El origen de la variopinta reunión se encuentra en la polémica Comisión de Propiedad Intelectual que el Gobierno proyecta crear (como parte de la Ley de Economía Sostenible) y que ha despertado las iras de buena parte de la Comunidad internauta, hasta el punto de que esta semana se ha hecho público un muy crítico manifiesto "En defensa de los derechos fundamentales en Internet", que ha corrido como la pólvora por blogs y foros.

El centro de la polémica es que la Comisión de Propiedad Intelectual tendrá potestad, entre otras cosas, para bloquear aquellas páginas web que faciliten la descarga (vía enlace o alojamiento en su propio servidor) de contenidos culturales como cine, series, música, videojuegos o cómics en formato .cbr, y todo ello sin que medie orden judicial alguna. Una especie de "policía cultural" en la red pero sin la protección del habeas corpus. Ejecutamos y luego ya se verá.

No sé qué os parecerá a vosotros, pero a mí esto me parece una aberración. Comprendo el cabreo de los creadores culturales, que ven cómo su trabajo se difunde y disfruta sin que ellos reciban nada a cambio; pero el cierre de páginas webs por el mero hecho de que enlacen contenidos, sin pararse a analizar si hay un fin lucrativo detrás, me parece directamente coartar la libertad de expresión. Si la Comisión actúa a rajatabla, en unos meses nos quedamos sin blogosfera, sin foros, sin redes sociales... e Internet se limitaría a páginas corporativas.

La industria cultural observa cómo jamás en la historia había existido semejante intercambio de productos culturales, y piensa que, debidamente regulado, obtendría beneficio del 100% de este flujo. Ese plantemaiento es falso, por el mero hecho de que si los usuarios debieran pagar por ese intercambio de información las descargas se verían reducidas drásticamente. De igual modo que es un error pensar que el que descarga contenidos gratuitamente de Internet, o ve las cosas en straming, es un consumidor que jamás pagará por un producto cultural.

En mi caso compro muchas series, películas, cómics, libros, videojuegos, voy al cine casi semanalmente... y, lo que no puedo permitirme, me lo descargo de Internet. Contenidos que, si fueran de pago, directamente prescindiría de ellos. Del mismo modo, estoy seguro de que los consumidores medios compran la misma cantidad de CDs y DVDs y van al cine tantas veces como irían si no tuvieran acceso a los contenidos en Internet.

Ojo, no digo que la reclamación de la industria cultural no tenga fundamento, todo creador tiene derecho a ser retribuido por su trabajo. Sólo creo que hay un error de enfoque en el planteamiento, que no me creo que estén perdiendo cantidades ingentes de dinero por culpa de Internet, más bien les duele perder la oportunidad de negocio que creen tener entre manos.

De cualquier modo, resulta curioso ver la evolución de este conflicto: hasta ahora sólo había existido el lobby de la industria, por el hecho de que "los internautas" en general son un colectivo difuso sin organización. Pero gracias a herramientas como Twitter se está consiguiendo aglutinar a cientos de miles de usuarios, al mismo tiempo que surgen voces relevante que pretenden representar al colectivo. Veamos en qué acaba esto.