Desde que tengo uso de razón recuerdo tener un cómic en las manos. Creo que lo primero que debo haber leído por mis propios medios es un cómic de Don Miki, algún tebeo de Mortadelo o algún número de Spiderman editado por Bruguera (de Steve Ditko o John Romita, seguramente). No exagero ni un ápice: leía cómics antes de empezar con los cuadernos Micho en la guardería, lo cual supone mucho más de dos décadas leyendo tebeos. Supongo que, a estas alturas, ya no lo dejaré nunca.
La suerte que he tenido es que el medio ha ido creciendo conmigo: si bien muchas cosas han ido quedando irremediablemente atrás, la industria del cómic ha evolucionado bastante. El cómic USA (claro dominador del medio en occidente) generaba durante los 70 y primeros 80 historias para adolescentes. Es cierto que Stan Lee creó todo un panteón de personajes a los que dotó de una profundidad y personalidad de la que carecían los tradicionales héroes de cómics. Ese mezclar lo superheroico con el drama personal, con la vida del personaje tras la máscara, era su seña de identidad, concepto que clavó con su mayor creación: Spiderman. Pero lo cierto es que, una vez Lee sentó las bases, nadie llevó el concepto mucho más allá.
No sería hasta los 80 que esto de los cómics comenzó a ponerse realmente interesante, principalmente con el desembarco en la industria norteamericana de una serie de autores que elevó extraordinariamente la calidad de los guiones. En su mayoría eran autores que habían crecido leyendo los personajes creados por Stan Lee en la editorial Marvel Comics, pero que dotaron a estas creaciones de un tono más adulto y realista, libre de la feliz ingenuidad de los 60-70. El estándar de calidad en los guiones se elevó considerablemente, y comenzaron a surgir las primeras historias con auténtica calidad literaria. Me refiero a autores como Frank Miller, Alan Moore, Jim Starlin, Chris Claremont, John Byrne, Barry Windsor-Smith, Alan Davis… Artistas que comenzaron trabajando para las dos grandes editoriales (Marvel y DC) y que evolucionaron hacia obras más personales y creaciones propias a lo largo de los años.
La mayor parte de lo que hoy día se consideran obras maestras del cómic se escribieron durante este período (segunda mitad de los 80), como es el caso de Watchmen (Alan Moore), Dark Knight, Batman: Año I y Born Again (Frank Miller). No es que en años posteriores el nivel no se haya mantenido, simplemente no ha pasado tiempo suficiente para colgarles esa etiqueta.
Los 90 suponen, desde mi punto de vista, los años más importantes del cómic occidental: es en esta década en la que la industria se expande, el cómic evoluciona a todos los niveles, se producen numerosas transformaciones en un medio expresivo que, hasta la fecha, había sido más o menos estable en sus formas y contenidos. Digamos que en los 90 se conforma lo que es el cómic contemporáneo. Y es que en estos años confluyen varias circunstancias importantes. Una de ellas es que la tecnología digital se introduce de manera masiva en el proceso creativo: el coloreado digital de las ilustraciones a lápices y tinta dota de una expresividad, explosión de color y diseño a las páginas de las que hasta ahora habían carecido. Las editoriales buscan, cada vez más, jóvenes ilustradores que se alejen de los cánones clásicos y tengan un estilo que aproveche mejor las posibilidades que abre el coloreado digital (sólo tenéis que comparar la página de un cómic Marvel de los 80 y otra actual para entender de lo que hablo).
Esto, que en un principio sólo debería tener repercusiones formales, provoca un gran cisma en la industria del que, a la larga, todos nos hemos beneficiado. Y es que las dos grandes editoriales, embelesadas por lo bonitas que quedaban sus portadas coloreadas por ordenador y su nuevo estilo visual más agresivo, llegan a la conclusión de que en la nueva era del cómic lo que prima es la imagen y el nombre de la cabecera (Spiderman, Superman, X-Men…), y deciden relegar a los guionistas a un segundo plano. De este modo, muchos de los grandes escritores de la industria, cuya creciente influencia comenzaba a incomodar a Marvel y a DC, ante el trato que se les dispensa (se les niega, por ejemplo, que su nombre figure en las portadas) comienzan un éxodo masivo hacia editoriales minoritarias o, directamente, creaban sus propias firmas para publicar sus obras (Image Comics, por ejemplo).
El resultado es el imaginable: las ventas de Marvel y DC caen en picado, y la producción de grandes obras se desplaza a estas pequeñas editoriales (Dark Horse, Phantagraphics…) de cómics para adultos, donde los grandes nombres del cómic USA, ahora liberados de las restricciones y normas de las supereditoriales y del sello “COMIC CODE” (un mecanismo de autocensura de la industria, que figuraba en todas las portadas, y que aseguraba a los padres bienpensantes que sus niños podrían leer ese tebeo sin que su contenido perturbara sus dulces sueños), comienzan a crear obras mucho más personales, de temática más diversa y más madura (por poner un ejemplo, la aclamada serie Sin City).
Esta situación logra que las grandes editoriales se replanteen su postura (y eso ya es mucho lograr), buscando nuevos autores de talento a los que comienzan a dar gran libertad creativa. Llega una nueva oleada de jóvenes autores, muchos de ellos británicos, como Neil Gaiman, Grant Morrison y, más tarde, Garth Ennis, que gozan de la libertad que no tuvieron sus predecesores, dotando a las cabeceras del cómic USA de un tono más oscuro, adulto, incluso metafísico (como es el caso de la novela gráfica Batman: Arkham Sylum, escrita por Morrison). Marvel y DC llegan incluso a crear nuevos sellos para adultos, como la línea Vértigo o la línea MAX, para que estos autores puedan explayarse, publicándose bajo estos sellos algunas de los mejores cómics publicados en USA. Sirva como ejemplo The Sandman, la multipremiada obra de Neil Gaiman, publicada por DC durante años bajo el sello Vertigo.
Paralelamente, las pequeñas editorales, insufladas de nuevas fuerzas al acoger bajo su ala a las firmas más prestigiosas del medio, comienzan a ganar más peso en el mercado, y muchos autores del “cómic independiente norteamericano” (para que nos entendamos, todo lo que no son superhéroes y, generalmente, publicado en blanco y negro) comienzan a acercarse a estas editoras que les aseguran mantener el control absoluto sobre sus obras, a la vez que les permiten un nivel de distribución al que no pueden aspirar autoeditándose.
De este modo, en los 90 pasan a ser conocidos por el gran público muchos autores de cómics independientes, que durante años se habían visto limitados por la autoedición pero que ahora se hacen populares al estar sus obras en todas las librerías del país. Y es que en la escena independiente USA se estaban escribiendo verdaderas joyas, de una calidad muy superior (por lo general) a lo que venía siendo la media del popular cómic de superhéroes, que pasaban desapercibidas sepultadas por la ingente producción de cómic superheroico. Así, entran en escena obras soberbias como Usagi Yojimbo (de Stan Sakai), Bone (de Jeff Smith) o Concrete (Paul Chadwick). Ni que decir tiene que muchos autores independientes se mantuvieron fieles a la autoedición, manteniéndose “puros” y renunciando al trampolín que les brindaban las pequeñas y medianas editoriales.
A todo esto debemos sumar la irrupción en el mercado occidental del manga o cómic japonés, que da para otro extenso artículo y que, además de invadir (literalmente) las librerías especializadas de medio mundo, en poco tiempo deja una profunda impronta en los autores occidentales, tanto a nivel visual como de temáticas y ritmo narrativo (un ejemplo claro es el propio Frank Miller), de modo que el desarrollo rápido de la narración, con poco texto y gran apoyo en el dibujo, tan característico del manga japonés, acaba imponiéndose también en el estilo del cómic occidental.
Nacimiento de nuevas editoriales, mayor libertad creativa de los autores, popularización del cómic indie, la llegada del manga… una década bastante convulsa la de los 90, que consigue diversificar la industria, transformar el discurso y las características artísticas del medio y multiplica la oferta que el lector se encontraba en las estanterías al ir a comprar. La segunda revolución en la historia del cómic occidental en apenas 40 años (la primera fue la irrupción de Stan Lee en Marvel con sus “superhéroes humanizados”), que sienta las bases de lo que tenemos hoy día.
Y lo que tenemos hoy día es el total apogeo de esta industria cultural que, poco a poco, comienza a ganar prestigio como manifestación cultural y artística. Y que, mucho más rápidamente, se ha impuesto como un referente en la industria del entretenimiento. El cómic siempre ha tenido facilidad para crear referentes culturales, pero en la última década ha desarrollado, además, facilidad para transformar esa referencialidad en un negocio: sólo hay que ver cuántas películas adaptando cómics ha rodado Hollywood en los últimos años.
De cualquier modo, hay que reconocer que la industria ha aprendido de sus errores, y que ahora las grandes editoriales destinan gran parte de sus recursos a fichar a escritores competentes (Orson Scott Card y Stephen King, por ejemplo, trabajan con Marvel) y guionistas de éxito en cine y TV (J.M Strazinscky, Bob Gale…), además de mantener a los grandes escritores oriundos del sector. Si a eso sumamos la buena salud de la que goza el cómic independiente, tenemos una oferta en el mercado mucho mejor que la existente hace apenas 15 años, con una media de calidad bastante elevada y la aparición habitual de pequeñas maravillas que realmente justifican el precio del tebeíto (nada barato, por cierto).
¡Toma pedazo de rollo! Y dicen que las entradas en los blogs deben ser concisas y directas (je, je). Bueno, no habrá sido para tanto, si has llegado hasta el final será porque te habrá interesado, y a lo mejor hasta has aprendido algo (nada útil, desde luego, pero tampoco cobro por esto).
Little, Big
Hace 2 meses
Si, si, todo eso está muy bien...pero donde se ponga Milo Manara que se quiten todos los demás!!!!
ResponderEliminarSi to esto es por tirarme el pegote, yo en realidad lo único que leo es El Jueves.
ResponderEliminarPD: Milo Manara es el único capaz de dibujar monjas que resulten sexis y cachondonas.