martes, 11 de agosto de 2009

¿Merece la pena ir al cine?

Y no me refiero a la calidad de la oferta cinematográfica (ahí entran los gustos de cada uno), sino a lo que tenemos que soportar una vez dentro de la sala y ya te han metido el sablazo de 6 euros en la taquilla. Pongo un ejemplo: el otro día fuimos a un cine del centro, uno de esos viejos cines-teatro que mantienen cierto encanto decadente y que, gracias al público más cool de cada ciudad (gafapastas según la nueva terminología) continúan abierto. Entendedme, no es que mis acompañantes y yo nos consideremos muy cool, es sólo que en estos cines suele ir un público de más edad, más tranquilo, que prefiere ver las pelis en un grave silencio para luego diseccionarlas en una terraza cerveza en mano. Esto tiene como ventaja que, por lo general, puedes ver la película en condiciones medio decentes.

Pues bien, en un cine de estos estábamos con la sana intención de ver tranquilos el estreno de UP, la nueva ‘obra-maestra-de-Pixar’ (que paso de reseñar porque un amigo lo ha hecho muy bien, y para eso inventaron los vínculos en Internet), cuando un grupo de niñatos de entre 13 y 17 años empezaron a ejercer el cafrerío que les es inherente. Los mierdecillas hacían lo normal, lo que suelen hacer en sus casas (correr, golpearse, hablar a voz en grito… gilipolleces varias), sólo que en lugar de hacerlo en sus casas sus padres les habían dicho “tomad 30 euros y marchaos al cine, a darle por culo un ratito a otro”, y ellos, obedientes, pues fueron.

Bueno, os podéis imaginar la situación: los cabroncetes ignoraban alegremente cualquier “shhhh” o llamada de atención. La tocada de huevos era antológica, y sólo cuando les dimos a entender que estaban a pique de provocar un linchamiento público se vinieron un poco abajo.

En fin, todo esto viene a cuento de que estas situaciones son cada vez más habituales en las salas de cine. Y no sólo en las multisalas de centros comerciales, donde suelen acudir energúmenos de todo tipo con diarrea verbal, sino que ya pasa incluso en las salas más alternativas, donde uno espera que, a cambio de tener que soportar butacas más viejas, peores equipos de sonido y ciertas dosis de humedad, por lo menos podrá ver la película tranquilo. Ahora yo me planteo, una entrada de cine media viene a costar 6 eurazos, un pequeño sablazo vamos, ¿no me da eso derecho a ver una película en condiciones óptimas, no me da derecho a lo que he pagado? Supuestamente, quien oferta el servicio debe garantizar que lo ofrece en buenas condiciones. ¿Por qué tenemos que ser los atormentados espectadores que hemos pagado la entrada los que nos peleemos con estos energúmenos carentes del más mínimo civismo? ¿Por qué cada vez que voy al cine sé que voy a tener que encararme con alguien para poder ver la peli en paz? O eso, o hacer un ejercicio de autocontrol digno de Buda, morderme la lengua, y escuchar durante 120 minutos las gilipolleces del/los capullo/s de turno.

¿Tan complicado es que los exhibidores, esos señores que tanto lloran por el maltrato que sufren del Gobierno, pongan un responsable de sala, que se asegure de que la proyección transcurre con normalidad? No, no, un momento. No pido uno por sala, con que hubiera una o dos personas que pasaran por las salas viendo que todo se desarrolla con normalidad a mí ya me bastaba. El nivel de abandono es tal que, en unos multicines, tuve que levantarme seis veces para decir que enfocaran el proyector, porque se desenfocaba solo cada 5 minutos, y si no ibas a avisar nadie se molestaba en enfocarlo. A la séptima, como yo era el único que se levantaba, y la manada de ñus permanecía impasible viendo la pantalla borrosa, opté por tragarme la peli desenfocada y quejarme después. Porque eso es otra, la bovina pasividad de la gente. Aunque eso es digno de un estudio sociológico, más que de una entrada en el blog.

En fin, ¿merece la pena ir al cine? ¿Compensa gastarte (entre tu pareja y tú) 12 euros para ver una película en una sala, en lugar de esperar al DVD que tardará tres meses en salir? Sólo digo una cosa, durante la crisis de las salas de cine (80-primeros 90), los que continuaron yendo a las salas eran los amantes del cine, los mismos que ahora deben sufrir al gilipollas de turno. Tal como están las cosas, lo que cuesta una entradita y la desleal competencia de Internet, no sería de extrañar una nueva crisis de los exhibidores. Si entonces, los que siempre hemos ido al cine, ya hemos perdido el hábito precisamente por la desidia de los exhibidores, ¿qué sucederá? Sí, estoy cabreado.

3 comentarios:

  1. Es cuestión de actitud. A muchos se les llena la boca defendiendo que el cine es cultura y bla, bla, bla... Pero si vas a un concierto de clásica, te dejan bien clarito que una vez comenzado ya no entras hasta el descanso (si es que lo hay; si no, no entras y punto). Ídem con una obra de teatro. ¿Por qué en el cine no hacen lo mismo?

    Si, como dices, durante la crisis de los 80-90 los que siguieron yendo al cine fueron los cinéfilos, precisamente son esos mismos cinéfilos los que ahora dejan de ir, sencillamente porque disfrutamos más de una película en la tranquilidad de nuestro salón equipado con dvd (encima con opción a VO), tele grande y buen sistema de sonido. Y las salas son cada vez más territorio de tragapalomitas que lo mismo les da una de Spielberg que una de Chiquito de la Calzada... ¿La responsabilidad? De los propios exhibidores, sin duda. ¿El 3D va a cambiar algo? A esos precios, lo dudo.

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  2. Yo me voy al cine con mi Pedro a pasar un ratito agradable y me encuentro con esos trozos de carne con ojos...Resultado: salgo del cine con los nervios destrozados y agradeciendo a la normativa española la prohibición del uso de armas a particulares.
    ¿Quién necesita ir al cine? Tengo la segunda temporada de The wire en DVD...ji,ji,ji

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  3. BUENO, AL CINE YA SE ESTÁ YENDO A VER PARTIDOS DE FÚTBOL...(VGS)

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