Cuando se puso en marcha el rodaje de Gran Torino se extendió el rumor de que Clint Eastwood estaba rodando la que sería la última película del detective Harry Callahan. Malpaso Productions (la productora del cineasta californiano) se apresuró a desmentir tal extremo, pero una vez visto el film no sorprende en absoluto que tales rumores fueran frecuentes y fáciles de creer. Y es que Walt Kowalski, ese operario de la Ford jubilado, veterano de la guerra de Corea, tiene gestos, frases lapidarias y una manera de echarse la mano al revólver que lo convierten en el perfecto trasunto del famoso detective de la Smith & Wesson calibre Magnum 44.
De hecho, se podría decir que nos encontramos ante el mismo personaje, cada uno con una historia personal y un trasfondo distinto, pero llegados al momento vital que se narra en Gran Torino, ¿en qué se distinguen ambos personajes? Uno diría que en nada, que Walt actúa, habla y reacciona tal como lo haría Harry Callahan, sólo que con más años y cicatrices en su rostro y más muescas en su alma.
¿Por qué insisto en este punto? Porque me parece curioso el juego planteado por Clint Eastwood, que con el paso de los años ha creado un personaje cincelado a su imagen y, a lo largo de su carrera, ha ido buscando guiones que le permitieran interpretar este papel que tan bien borda. El concepto es similar al Campeón Eterno creado por el escritor británico Michael Moorcock, que construye un personaje al que, con diferentes nombres e historias, convierte en el protagonista de muchas de sus relatos. Épocas, trasfondos, mundos y nombres cambian, pero su protagonista es, en esencia, el mismo. Eastwood, en su particular universo y estilo, hace algo similar, depurando y haciendo cada vez más interesante este juego.
Algunos me dirán que en realidad todo esto no es más que encasillarse en un papel o limitaciones como actor. Bueno, yo estoy en desacuerdo, creo que Mr. Eastwood ha interpretado papeles y ha dirigido películas que demuestran que tiene sensibilidad de sobra como artista. Simplemente es que se nota que disfruta con estos tipos cínicos y esculpidos en granito, un rol que se encontró en Harry el Sucio (personaje que interpretó de casualidad) y que ha ido mejorando con los años, dotándolos de una profundidad y un toque crepuscular: Harry el Sucio, el asesino retirado William Munny en Sin Perdón, o el viejo entrenador Frankie Dunn de Million Dollar Baby, pertenecen a una estirpe de personajes que muere con Walt Kowalski, el protagonista de Gran Torino, último papel (salvo sorpresa) de Eastwood como actor.
Al margen de todo esto, Gran Torino es una película magnífica, la mejor que he visto en lo que va de año, y exponente de un tipo de cine que cada vez se hace menos: buen guión, buenos diálogos, excelentes personajes, escenarios normales y corrientes, cámaras y a rodar. Cine de autor, sin trampa ni cartón, sin veleidades artísticas, cine rodado para el espectador. Algunos críticos han dicho que es gran cine menor, otros acusan a Eastwood de revisar tópicos. Son los mismos críticos que destrozan las superproducciones por el mero hecho de serlas, pero que sólo toleran una película de bajo presupuesto si se apoya en historias excéntricas o en el esteticismo de directores visionarios (también llamado “muevo la cámara porque sí”), pero que recelan de las pelis que sólo se sustentan en personas normales y diálogos bien hilvanados.
Eastwood es un gustazo, sabe de qué va esto, sabe lo que le gusta al público (mejor que los críticos, desde luego) y cumple su obligación con el que ha pagado la entrada: te cuenta una historia que entretiene, que te conmueve, repasa la realidad de la sociedad norteamericana frente a la inmigración, te habla sobre los riesgos de generalizar en el colectivo y no tomar a los individuos como lo que son, interpreta un personaje antológico y, para colmo, canta la canción de los títulos de crédito al final. Luego encienden las luces y tú ahí, con la boca abierta. ¿Qué más queréis?
Breaking the Silence
Hace 2 meses