miércoles, 13 de mayo de 2009

Buenos y malos

Freud consideraba que la personalidad de cada cual se forma a través del choque entre el Ello (nuestros anhelos más primigenios y elementales, nacidos en el subconsciente, el deseo puro nacido sin ningún tipo de represión) y la realidad. Este conflicto constante entre nuestros deseos elementales y lo que el mundo real nos permite hacer configuran el Yo de cada cual, cuyo objetivo es, ni más ni menos, que satisfacer los deseos del Ello de manera racional y ordenada. En esto juega un papel importante el Superyó o Superego: las normas de conducta social que se nos han inculcado a través de la educación y la socialización, y que interiorizamos con el paso de los años. El Superyó influye de manera directa en el Yo a la hora de asumir qué impulsos y deseos podemos satisfacer.

Este planteamiento, base del Psicoanálisis freudiano, se considera hoy día simplista, y me diréis que está superado hace tiempo, aunque la compartimentación de la mente ha calado hondo y sigue considerándose válida en muchas teorías de la psicología moderna. Y no sólo en la psicología: la idea de que existe un choque constante entre el deseo personal y la represión que la sociedad ejerce sobre los deseos egoístas del individuo, para así poder mantener un sistema de convivencia, continúa estando en la base de muchos movimientos filosóficos, sociológicos y políticos (¿alguien dijo anarquismo?).

Los budistas, por el contrario, consideraban que, para alcanzar el estado ideal del ser humano, el individuo debía liberarse de todo deseo personal y egoísta. Mientras que Freud consideraba el Ello la verdadera esencia de la persona (su deseo puro libre de represiones), los budistas (¿ingenuos ellos?) creían que la esencia de la persona estaba libre de deseo y maldad, señalando éstas como imperfecciones acumuladas a lo largo de nuestra experiencia vital.

Personalmente, no me creo que el ser humano sea bueno por naturaleza y se vaya contaminando a lo largo de su vida. Ni tan siquiera creo que nuestra experiencia vital determine de manera drástica nuestro carácter, nuestra bondad o maldad. No todo es relativo y, efectivamente, hay gente buena o mala, que deja tras su paso cosas positivas o negativas. Además, creo que debemos distinguir entre los egoístas, gente capaz de pisar al otro por el beneficio personal, incluso capaz de destruir la felicidad ajena por lograr un mínimo beneficio personal (esto sería un Ello muy poco controlado, según Freud); personas que directamente disfrutan perjudicando al prójimo, aunque esto no le reporte ningún tipo de beneficio; y los estúpidos que, simplemente, no calculan (ni les importan) las consecuencias de sus actos.

Creo que en todos estos casos hay una elección evidente, por eso detesto el discurso victimista o el exculpatorio, que considera que determinados criminales son víctimas de su entorno pernicioso o su falta de oportunidades. Hay gente que, condicionados por su carácter, tienden al “mal” o al “bien” (simplificando los conceptos), personas que por sus circunstancias tienen más difícil tomar decisiones correctas. Pero, en última instancia, tomos somos responsables de nuestros actos y decisiones.

No sé qué pensaréis vosotros, ¿el bueno y el malo nacen así o es consecuencia de las condiciones en las que se educan? ¿somos víctimas de nuestro entorno o de nuestras propias decisiones? ¿Habéis visto Dexter?

1 comentario:

  1. ¡Puffff, tela, tela! Después de muchos años reflexionando casi a diario sobre el bien y el mal ya que es un tema interesantísimo, tanto a modo de puro entretenimiento como a efectos prácticos de comportamiento…Hace un tiempo, y después de conocer a algunos especímenes que no tienen miramientos con el superyo y a otros «tontos», de esos que dices tu que ni conocen ni les interesa, puedo decir que hay que olvidarse del aspecto práctico de la reflexión, ese aspecto del que antes yo hablaba; a efectos de funcionamiento en el día a día hay que protegerse de esos psudohumanos, que en realidad son formas de vida inútiles, superfluas y que a fin de cuentas son residuos secundarios, parásitos cuya única aportación al planeta es la carne que un día alimentará a gusanos más valiosos que ellos.
    En cuanto al aspecto netamente filosófico de la cuestión del bien o el mal, hay tantas teorías de mentes brillantísimas, se han consumido tantos litros de tinta sobre el tema que difícilmente mi opinión arrojaría luz sobre el asunto.
    En primer lugar creo que hay grados de maldad medidos según la consecuencia más o menos dolorosa para el que la sufre, esa valoración es importante.
    Respecto a si el malo nace o se hace, me quedo en el término medio (la mesura es una de mis virtudes favoritas a pesar de lo poco que la pongo en práctica): casi siempre se nace con una predisposición que el medio refuerza o suaviza, aunque bien es cierto que la contumacia de algunos malos es sorprendente, por no decir escalofriante.
    Saludos.

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